PARIS.- Hay un documento que Victoria Noorthoorn cuida como si fuese oro. Son las hojas que detallan los dibujos de la Colección del
Museo Nacional Picasso-París que integrarán, desde el jueves próximo y hasta fines de febrero, la exposición Pablo Picasso. Más allá de la semejanza en el
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
En un café parisiense del Marais, la directora del Moderno pasa las páginas con la delicadeza y el peso de aquello que se ama y que se quiere cuidar. Hay fotos de croquis, bosquejos y dibujos en gran formato que son obras en sí mismas, en lápiz, crayón, tinta, pastel, témpera, acuarela. Los periodos se suceden, entre 1897 y 1972, y muestran el proceso de un pensamiento en el que lo siguiente se nutre de lo anterior. Son 75 dibujos realizados por
el artista malagueño, desde sus 16 años hasta meses antes de su muerte, que permiten contemplar cada una de sus etapas filosóficas y sus obsesiones.
El dibujo era, para Picasso, el lugar donde reflexionaba y construía su creación, un espacio concebido como un laboratorio de las formas, y el primer terreno de la experimentación personal. Se puede ver el comienzo de su vida, con dibujos de los bares y cabarets de Barcelona; su nostalgia durante el período azul; autorretratos como ese plano de su mano sosteniendo un lápiz en el cual se representa como dibujante; la época de cubismo primitivo (1908-1910) en la cual analiza la figura, e incluso tres de sus papiers collés. También está representado el principio del surrealismo (1914-1916) en donde estudia las dimensiones, y el periodo neoclásico, con los arlequines que también aparecen en el periodo rosa y que son un retrato escondido del artista marginal y bohemio. Una figura que vuelve en 1917 y en 1921, luego del nacimiento de su primer hijo, Paulo.
"El proyecto es muy lindo y la selección no es evidente. No elegimos iconografías fáciles de identificar. Es una selección sutil que permite entrar en el proceso de creación, ver el desarrollo de su pensamiento y su relación dinámica con la representación del hombre, de cerca y de lejos", explica en un francés excelente Noorthoorn, curadora de la muestra. Emilia Philippot, curadora de pinturas (1895-1921) y de artes gráficas del Museo Nacional Picasso-París, trabajó como curadora asociada. "Logramos mostrar sus complejidades y su carácter multifacético. A través de los dibujos se siente que Picasso se agranda paso a paso", agrega, sentada a su lado.
Quimera, 1935. Foto: Gentileza Mamba. ©2016 Sucesión Picasso /SAVA, Buenos Aires
La muestra se produjo en estrecha colaboración con el museo Picasso, que exhibe hasta febrero obras del artista malagueño y de Giacometti, un diálogo artístico entre dos titanes de la historia del arte moderno que eran amigos pese a sus personalidades opuestas y explosivas. Desde la reapertura del museo, a fines de 2014, la nueva dirección desea difundir la colección y trabajar con socios en el mundo entero. Al igual que el resto del universo artístico francés, el nuevo presidente del museo, Laurent Le Bon, antes director del Pompidou Metz, conoce y respeta a Noorthoorn porque ella curó la Bienal de Arte contemporáneo de Lyon en 2011. La confianza, y no sólo estética, es indispensable: las obras de Picasso, que llena salas cada vez que se expone, no viajan tan fácilmente a pedido.
Durante los meses de verano, entre diciembre y marzo, el equipo argentino estudió los 2000 dibujos de la base de datos del museo Picasso. Eligió 500 que pegó sobre una pared y que miraba cada día. De esos extrajo 100 obras y, junto a Philippot, analizó cuáles estaban disponibles y afinó la selección para darle sentido. Desde Buenos Aires tenían muy en claro qué querían que estuviera representado.
Desnudo de pie, 1939. Foto: Gentileza Mamba. ©2016 Sucesión Picasso /SAVA, Buenos Aires
"Hay una secuencia y un recorrido del pensamiento. Se pasa de un dibujo al otro y el siguiente se nutre del anterior. El surrealismo, por ejemplo, no aparece por casualidad: es un ciudadano que vive en su época. A través de sus dibujos sentimos el momento histórico, su historia personal y también la de sus obras. No es nunca el mismo y sin embargo siempre es un Picasso", reflexiona la curadora francesa.
La exhibición se completa con sus obras durante los años de guerra, época en la que dibuja animales y representa la brutalidad, metáfora del nazismo; sus creaciones con dimensión erótica; sus Etudes pour les femmes d´Alger; una pared final con retratos y sus Tête de Femme, y su último dibujo, en 1972. Hay además una parte dedicada a sus escritos de 1935, una época de seis meses en la que deja de pintar y se dedica al dibujo y a la escritura surrealista.
"Nos encontramos con el Picasso histórico y con un artista muy relevante y pertinente para la actualidad -concluye Noorthoorn-. Trataba de acercarse y observar al hombre desde diferentes puntos de vista. Para los artistas jóvenes, es una lección magistral de libertad y de poder del arte."
Hombre sentado con bastón y máscara, 1900 - 1901. Foto: Gestión Mamba, ©2016 Sucesión Picasso /SAVA, Buenos Aires